Irene Infantes. Diez uñas traigo en forma de cuna

21.09.2023 > 25.11.2023

 

Y si las dudas acechan… teje, teje, teje

 

Leo el trabajo de Irene Infantes como si fuera un texto. El suyo es un libro de lenguas, una extensa pieza de escritura que maneja varias profundidades. Ninguna de sus narrativas es literal. Su lenguaje es como un merodeo, como un mirar de reojo. Algo así como un diálogo equidistante con lo que uno tiene delante y con lo que uno tiene dentro. Hay mucho de collage ahí, una posición fragmentada de las imágenes y las citas, de metáforas y simbología, que en su caso tienen que ver con los gestos y los momentos fugaces, con la historia y los mitos. Siempre hay un hecho, un objeto o una anécdota concreta desde la que tirar. Un elemento que ella piensa, analiza, desmenuza y reconstruye desde una voz privilegiada, la propia de los artistas, esa que abre caminos y enfoca acontecimientos que, de otra manera, apenas podrían imaginarse.

 

Hablando con la artista de ese gran texto que parece ser su obra, lanza una frase que podría resumir su nuevo proyecto que ahora presenta en la galería Alarcón Criado. Un vientre lleno de fruta. Pienso en la idea de confort y en esa alegría meridiana que aparece sin más, sin hacer esfuerzos. Pienso en la satisfacción de llenar huecos, de sentirse útil, y pienso en la ilusión de ser el centro de algo o de alguien. Pienso, asimismo, en la idea de gestar: una idea, una obra, una vida. Irene Infantes traza nudos textiles atando varios hilos de varias historias. Una jigra, una cumbre, una cincha o un patrón aparecen en sus nuevos trabajos como un gran jeroglífico que remite tanto a los textiles andaluces como a la cosmología de los Nasa, pueblo indígena en la zona andina de Colombia. Las propias figuras son extensiones de un texto que denota ritos iniciáticos, del nacimiento a la edad madura, movimiento y gesto. Un baile lleno de referencias donde la artista habla de la sabiduría popular, la que ella construye y habita y que ejemplifica en el título, un canto a esa evolución: Diez uñas traigo en forma de cuna.

 

Desgranamos. La jigra es una pequeña bolsa de carácter sagrado, tejida en fique que las mujeres tejen a sus hijos o esposos. A cambio, ellos les ofrecen un sombrero. Ambos, jigra y sombrero, están tejidos en espiral que es el símbolo del tejido de la vida, de la evolución y el pensamiento. Con ella, nos recuerda Irene Infantes, que todo tiene un origen, una historia y una proyección. La suya se remonta a cuando aprendió a coser con seis años. Lo hacía con su abuela Ana, en una habitación llena de telas. Ese inicio con la aguja le abrió un campo creativo lleno de posibilidades, que sólo después descubriría. En la cultura nasa aprender a tejer es una parte fundamental del crecimiento y desarrollo del pensamiento de la mujer. Se hace siempre siendo niña y debe siempre ser terminada pues con ella la mujer demuestra su fortaleza cuando sea mayor, así como la persistencia. Las jigras tienen un origen vegetal del fique y son tejidas sin agujas. El proceso de hilado del fique es el mismo que el de la lana, que en el caso de la artista busca en los colchones antiguos y junto a materiales de desecho procedentes de fábricas textiles. Siendo buena tejedora, la mujer nasa augura no olvidarse de sí misma, como quien relata sin descanso donde está para no perderse. Siempre está trabajando y, si deja la jigra a medias es tachada de perezosa. Producir es su manera de preservar la especie y de propagar la tradición. Ser buena tejedora supone, para los nasa que la mujer se olvida de sí misma para fusionarse con la comunidad y ser un gran ente simbólico y colectivo. Una idea. Un símbolo.

 

No es gratuito que Irene Infantes recurra a esa tradición productiva de la mujer nasa bajo la pequeña bolsa jigra. Entre líneas, de manera sutil pero decidida, también ella habla de productividad y trabajo, ligado a la actividad artística. No poder parar, o la penalización si eso ocurre se entreteje entre las ideas que circulan por su actual proyecto. La forma del bolso también aparece, de manera repetida, como si fuese un mantra o unas coordenadas espacio-temporales. Una bolsita que contiene pero también ofrece, que preserva y a la vez sirve de ofrenda. Si abstraemos la forma de la referencia de la jigra, bien podría ser también una cacerola o un macetero de pared. En su forma inversa, si la vemos del revés, parece un sombrero donde cobijarse. Un círculo perfecto que conecta con su anterior proyecto en la galería, bajo el turbante de Hisham, de tradición islámica y a cuya iconografía dedicó su exposición.

 

En sus obras, es habitual ver agujeros y cintas en una suerte de composición aparentemente azarosa pero delicadamente pensada. Algunas de ellas parecen danzas libres o caprichosas coreografías de colores. Otras, simulan un manual de construcción de un hábitat imaginario. Bajo sus composiciones, establece un patrón visual que hace referencia a medios didácticos, como ábacos u otros juguetes de desarrollo enfatizando el lado lúdico e ingenioso, creando una estética sumamente personal en la que las figuras son tan dependientes del significado como las palabras o símbolos lo son dentro de un texto. Irene Infantes echa mano del textil para redescubrir la historia con minúsculas. Esa que se cuela entre los agujeros de las narraciones con mayúsculas. Una vez la conoce la lleva a su terreno para trazar una especie de ajuar desde el que hablar de memoria y biografía. Irene Infantes tiene visión de arquitecta. La suya es una obra textual e iconográfica pensada como arquitectura menor. Una casa no casa que, al igual que los paraguas, pueda abrirse o cerrarse, e incluso puede significarse simplemente como presencia visual. Asimismo busca hallar un tejido no tejido que, al igual que el fieltro, carezca de trama y urdimbre. La artista yuxtapone materiales e ideas pero como iguales. Las bellas artes con las artes aplicadas, por ejemplo, cuya relación ella lee apenas sin distancias, como si fueran su lengua madre.

 

Bea Espejo