Paisajes mínimos
«El paisaje no es un decorado, no es nada más que una colección, un sistema de espacios artificiales sobre la superficie de la Tierra. Aunque se encuentra en la Naturaleza no es solamente un espacio natural, un aspecto del entorno natural; siempre es artificial, siempre es sintético, siempre está sujeto al cambio súbito o imprevisible.
Es el lugar en el que los lentos procesos naturales de crecimiento, madurez y declive son deliberadamente puestos entre paréntesis, sustituidos por la historia. Un paisaje es allí donde aceleramos, retardamos o desviamos el programa cósmico para imponer el nuestro».
John Brinckerhoff Jackson
La percepción del paisaje en la historia ha ido evolucionando a medida que cambiaba la relación entre el hombre y la naturaleza. Concretamente, en el último siglo se ha pasado de la adoración del mundo natural, a la exaltación del progreso y de la máquina, y por último a la necesidad de concienciación sobre protección medioambiental.
De la misma manera la concepción del paisaje en el arte, que ha ido evolucionando desde la preexistencia natural como motivo, a la construcción cultural y al escenario artificial, se enfrenta a una nueva situación donde convergen todas las anteriores en una reformulación compleja y ambigua en la que resulta necesario definir el papel de la Naturaleza.
En la actualidad un paisaje se define, desde la geografía cultural, como una forma visual de representar, estructurar o simbolizar lugares. Puede ser una pintura, una fotografía, una descripción, una historia o un lugar físico con tierra, agua y vegetación. La dificultad radica en conocer las causas que determinan esa elección, la compleja operación en la que se selecciona y jerarquiza el espacio. No solo se trata de apreciar el placer estético, sino también de conocer las razones y perspectivas que, estudiadas desde disciplinas diferentes a la historia del arte, han contribuido en la elaboración de las diferentes capas semánticas que lo interpretan.
Esta evolución en la percepción de la naturaleza viene promovida especialmente por tres motivos: el amplio conocimiento científico alcanzado sobre las “caóticas e irracionales” fuerzas de la naturaleza que tanta admiración provocaban en la pintura del siglo 19; la capacidad para predecir y controlar los fenómenos naturales; y la concienciación sobre el grave daño provocado al medioambiente durante los procesos de industrialización y urbanización.
Una vez superada la inversión de poderes entre el hombre y la naturaleza, el conocimiento del mundo natural desvela cómo el progreso ha ido vulnerando su autonomía hasta romper el equilibrio, relegando la naturaleza a una situación de vulnerabilidad que hace necesaria su protección.
Frente a la amenaza que supone el cambio climático se ha difundido una creciente y generalizada concienciación respecto a situaciones como la excesiva contaminación en las ciudades, la pérdida de ecosistemas o la desaparición de especies naturales, todas ellas originadas a partir de los modelos de desarrollo actual. Esta concienciación ecologista se aprecia prácticamente en todos los ámbitos de la vida, desde el consumo doméstico de productos de limpieza respetuosos con el medio ambiente hasta las campañas publicitarias de las grandes empresas energéticas.
Aunque ya se apuntaba el siglo pasado, en el siglo 21 la humanidad deberá centrarse en proteger y mantener los espacios naturales que aún se conservan e incluso, gracias a los avances tecnológicos y científicos, se podrá reconstruir parte del patrimonio natural perdido.
Análisis concreto de situaciones.
Después de varias décadas en las que la administración debía reservar espacio en las ciudades para zonas verdes, la difusión de un pensamiento más sostenible y ecológico ha ido reintroduciendo la naturaleza en la ciudad. No sólo en los denominados espacios verdes, parques y plazas, sino en la propia arquitectura.
Las instituciones y las grandes empresas han incorporado el pensamiento medioambientalista a sus estrategias de producción y comunicación promoviendo iniciativas respetuosas con el medio ambiente, invirtiendo en proyectos que divulguen el desarrollo sostenible y, en gran medida, renovando su imagen con una estética “verde”.
Atendiendo al pensamiento hegemónico los despachos de arquitectura, una vez superado el discurso bioclimático y exclusivamente funcional de este tipo de construcciones, han incorporado la biología a sus proyectos cediendo parte de la superficie edificable a la incorporación de zonas verdes, ya sea atendiendo a cuestiones energéticas, mediáticas o simplemente fenomenológicas. Especialmente atractivas resultan algunas de estas intervenciones debido a su artificioso y en algunos casos contradictorio contenido
Ya en los años 80 Rafael Moneo decidió incorporar un pequeño jardín tropical en la remodelación de la estación de Atocha para convertir la sala de espera en un espacio más agradable y sobre todo impactante, al insertar un ecosistema exógeno en pleno corazón de Madrid y dotarlo de las condiciones climáticas necesarias para su desarrollo.
Este tipo de intervenciones, facilitadas por los avances tecnológicos en biología, y específicamente en botánica, superan sobradamente la inclusión de jardines o parterres dentro de los proyectos arquitectónicos hasta el punto de incorporar fragmentos del paisaje natural en los edificios, reproduciendo su hábitat mediante medios tecnológicos e incorporando su mantenimiento y gasto energético al del propio edificio. Es el caso del arquitecto francés Dominique Perrault quien, en 1994, a falta de un paisaje bucólico hacia el que orientar la Biblioteca Nacional de Francia en París, decide construirlo él mismo trasportando 126 pinos silvestres desde el bosque de Bord en la Normandía francesa hasta el centro de París, desplazando así un ecosistema natural de más de una hectárea dentro de un contexto urbano.
Arquitectos como Norman Foster o Stefan Benisch van más allá y deciden despegar estos mini-ecosistemas de la cota del suelo para distribuirlos en diferentes plantas dentro de sus edificios. Tanto en el Commerzbank Headquarters de Frankfurt (Foster) como en el TDCCBR de Toronto (Benisch), y atendiendo a criterios energéticos pero también de disfrute y relax, se construyen espacios verdes en plena trama urbana e incluso a 100m del suelo.
Otro caso, bastante más irónico, es el del estudio de arquitectura MVRDV (Rotterdam) quien, ante el encargo de diseñar el pabellón holandés para la Expo2000 de Hannover, que trataba sobre sostenibilidad, decide “apilar” en un edificio todos los paradigmas que sustentan este pensamiento, desde la propia naturaleza hasta las energías renovables, simbolizando un edificio-ecosistema autosuficiente.
El exotismo que cobra la naturaleza dentro de las grandes ciudades, así como la percepción de fragilidad e incluso de temporalidad que se tiene respecto a los grandes espacios naturales, los han convertido en una atracción turística más. Como sucedía con los jardines botánicos, donde especies vegetales traídas de todo el mundo eran estudiadas y exhibidas para disfrute de un público profano, en la actualidad se construyen grandes complejos botánicos donde mostrar no sólo especies vegetales exóticas, sino ecosistemas completos que reproducen fracciones de cualquier espacio natural del planeta. Es el caso de Eden Project, en el Reino Unido, donde se han construido una sucesión de enormes cúpulas geodésicas sobre una cantera en desuso que, estructuradas en diversos ambientes atendiendo a las condiciones de mantenimiento, albergan fragmentos del paisaje natural traídos desde todo el mundo: el Rainforest Biome que contiene especies de las selvas tropicales de Malasia, África occidental y Sudamerica; el Mediterranian Biome con vegetación propia del paisaje Mediterráneo, del sur de África y de la costa californiana; y el Outdoor Biome que trata las especies propias del paisaje local inglés.
Además de su aprovechamiento como atracción, estos complejos se utilizan para desarrollar programas de investigación al contar con expertos equipos de científicos, bancos de semillas, áreas de aclimatación de especies, etc.
La investigación científica convive con la divulgación y la rentabilización económica. En el proyecto Biosfera II el reto fue aún mayor, se intentó recrear un ecosistema completo equivalente a la Tierra, que fuese dando pistas sobre la posibilidad de construir satélites autosuficientes que pudiesen abandonar la tierra y permitiesen la vida en su interior, abasteciendo de alimentos y oxígeno a sus ocupantes.
Este interés renovado por el mundo natural unido a la accesibilidad de la tecnología que permite reproducir unas condiciones climáticas concretas, ha posibilitado también la “domesticación” de este tipo de intervenciones con la naturaleza como motivo. El botánico Patrick Blanc ha ideado, y registrado bajo copyright, un sistema para la construcción de jardines verticales, sin tierra, a los que se suministran los nutrientes y el soporte de manera directa y que es posible instalar en fachadas, salas de espera, despachos o viviendas particulares.
El proyecto Paisajes Mínimos propone realizar un recorrido fotográfico por estas situaciones, características del siglo XXI, en las que se establecen nuevas relaciones entre el ser humano y la naturaleza,. Este recorrido pretende generar una reflexión sobre cuestiones como:
- El grado de sofisticación de una sociedad donde algo tan complicado como reproducir un ecosistema se convierte en algo cotidiano.
- Cuánto de natural hay en un ecosistema portátil que sobrevive en el corazón de una gran ciudad. Dónde se sitúa el límite entre lo natural y lo artificial, el conservacionismo y la ostentación.
- Hasta qué punto resulta sostenible la construcción de un paisaje natural que es necesario mantener utilizando medios artificiales, con el consiguiente consumo energético.
- Cuando es posible construir un ecosistema, ¿resulta necesario conservar los que ya existen?