CRISTINA MEJÍAS. LUCERO

10.09.22 > 19.11.22

DEL EQUILIBRIO NO ME PREGUNTES
«Del equilibrio no me preguntes quién descansa o el margen
que descansa».
Mano que espeja, Cristina Elena Pardo

En el verano de 1971, un joven francés llamado Phillipe Petit extendió un cable entre los campanarios de Notre Dame y caminó entre ellos. En el interior del templo se celebraba una ceremonia solemne: otros jóvenes rezaban postrados en el suelo. Pasados tres años y algunas otras peripecias, Petit logró colarse en el World Trade Center. Durante cuarenta y cinco minutos, paseó entre las dos torres. La escena fue asombrosa: un hombre diminuto de pie, sobre un hilo, en el vacío.

Asumiendo riesgos terribles y mediante una pericia extraordinaria, los funambulistas alumbran hazañas estériles. Caminar sobre el abismo que separa dos rascacielos no añade a la historia de la humanidad más que una anécdota excéntrica, intercambiable con la proeza de la mujer más tatuada del mundo o el individuo más obeso. Sin embargo (y al contrario que las anteriores), la imagen del muchacho sobre el alambre nos resulta cautivadora, porque teniendo todo para caerse, se sostiene.

En un momento extrañamente poético de las Meditaciones, Descartes describe su escepticismo como la incertidumbre de alguien que camina entre tinieblas, temiendo a cada paso caer. La precariedad y el peligro vuelven preciosas las cosas más comunes. En mis piernas se compensan, en este instante, las mismas fuerzas que en las de un equilibrista, y el más mínimo desajuste produciría el mismo resultado: nos precipitaríamos contra el suelo; pero aquello que apenas se sostiene evidencia, de un modo que nos parece bello, la resistencia ante la inevitable caída que nos espera a todos.

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Los filósofos pitagóricos defendieron que el movimiento de los astros no se produce en silencio. Incluso, lograron demostrar la armonía del concierto celeste calculando las distancias y las velocidades de los cuerpos errantes. ¿Quién iba a pensar que el universo estuviese desafinado? En la introducción del Cronopios, Cortázar cuenta que apretando entre los dedos la cucharilla con la que revuelve el café siente «su latido de metal, su advertencia sospechosa». El cubierto que tintinea: el saltimbanqui sobre la catedral (el encuentro fortuito en una mesa de disección, de una máquina de coser y un paraguas; el aro de un tonel y el asiento de una silla, el hueso, el filete y la hebra). «El hilo es algo muy simple: solo una línea en el espacio», escribe Didi-Huberman. «Pero también es algo muy complejo: una madeja una complicación de hebras. […] El hilo siempre pende de un hilo. Tal es su belleza».

En presencia de aire y de un oído, todo lo que se mueve suena: lo que se yergue y lo que hunde. Todo cuerpo que se desplaza agita los gases de su alrededor, generando un soplo involuntario que golpea, blandamente, otros cuerpos que no toca. El huracán y la brisa son una mera cuestión de escala, como el equilibrio y el desplome. Subido a su cable, el funambulista subraya la endeblez de todo soporte: nos muestra cómo verían nuestra inestabilidad unos seres increíblemente longevos.

Tiene su gracia: Phillipe Petit ha sobrevivido a las Torres Gemelas y a los tejados de Nuestra Señora de París. Los edificios existieron lo suficiente para acoger un numerito de maña y tambaleo. Luego, entre un enorme estruendo, se vinieron abajo.

Joaquín Jesús Sánchez

Cristina Mejías (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1986) presenta su primera exposición individual en la galería Alarcón Criado.

La muestra cuenta con una serie de trabajos inéditos dispuestos a lo largo de los dos espacios de la galería: uno iluminado, que conecta a través de un umbral con otro en penumbra. Los elementos agua y aire circundan varias de las piezas como motores que infunden el movimiento y a su vez son susceptibles de transportar el más breve susurro. En una relación de profunda interdependencia y a modo de caja de resonancia, el espacio acoge así un conjunto de piezas donde el viraje de una supone la pulsión de otra y el peso de un cuerpo, como en un compás magnético, genera una tensión que sostiene a otro cuerpo. El título que da nombre al proyecto, Lucero, hace referencia al astro Venus, único planeta que gira en el sentido de las manecillas de un reloj. Antiguamente se consideraba que su luz irradiaba de una estrella o incluso que se trataba de dos cuerpos celestes diferentes, según si se observaba al alba o como astro vespertino, pues su luz, dependiendo de su órbita, en ocasiones es la primera “estrella” visible en el atardecer o la última en desaparecer en el amanecer. Testigo del día y trovador de la noche, su trayectoria circular, siempre cerca del sol, toma impulso en el horizonte. Cada impulso tuerce el rumbo de lo que viene después, y su relevo puede sernos familiar, pero hasta el más ligero guijarro cambia el curso de un río.

Cristina Mejías