Bernardo Ortiz. Dibujar y Robar
Dibujar y robar. Bernardo Ortiz. 06.02.15_30.04.15
1.
En Cali, en el barrio donde crecí, hay una casa de estilo
colonial. La casa no tiene nada de particular. Es una
más de muchas construidas en los años setenta que imitan
la arquitectura colonial y que por esa época satisfacían
los deseos señoriales de ciertos sectores de la clase
media emergente —en pocos años las características
formales de esos deseos se transformarían radicalmente,
pero esa es otra historia. Sigamos: la parte inferior de los
muros externos de la casa fueron enchapados con piedras
de río. En realidad no eran mas que guijarros planos y
ovalados de unos 3 a 4 cms. Sus formas eran regulares
y fueron colocados de tal manera que su lado más largo
quedaba perpendicular al muro. Esta era sin duda la
manera más ineficiente de cubrir el muro, pero le daba
al enchape una sensación de profundidad que en realidad
no tenía. Yo miraba los diseños caprichosos que se
formaban en las piedras. A veces veía su regularidad, y
a veces su irregularidad. Una superficie que era natural
y artificial al mismo tiempo. Claro esta es una interpretación
que hago ahora mientras intento precisar lo que
me fascinaba de ese muro, que dada mi estatura de la
época, parecía gigante. “Es una forma, bastante decorativa,
de recordar el basamento”, me decía mi padre
con cierto desprecio por esa arquitectura. “En las casas
coloniales las columnas de madera se apuntalaban con
grandes piedras que muchas veces se dejaban a la vista
como para señalar la solidez de la casa y de paso de la
familia. Pero como hoy no se construye así, las piedras
son sólo decoración.”
2.
Hace unos meses empecé a hacer unos dibujos que respondían
a una instrucción simple: hacer manualmente
los cálculos necesarios para validar una hipotética operación
de bitcoin. De antemano las probabilidades de que
el número correspondiera a una operación válida eran
mínimas. La operación estaba condenada al fracaso.
Pero en realidad mi deseo se reducía a escribir números,
y hacer, a mano largas operaciones aritméticas con
números binarios y hexadecimales.
Claro no niego que en ese procedimiento hay una cierta
ironía con relación a los mecanismos de generación de
valor, del trabajo. No niego que haya todo eso. Pero al
mismo tiempo, al hacer los dibujos, me doy cuenta que
hay un cierto plus de goce, una pulsión irracional, en la
repetición de números que para un observador no lleva
a ningún lado. Y que en realidad no lleva a ningún lado.
Porque precisamente la generación de valor esta basada
en un mecanismo análogo a ese plus de goce, que no
obedece a ninguna necesidad intrínseca.
Varias veces tuve que repetir los dibujos, acomodar una
y otra vez los números y esa labor tediosa me llevó a
otros dibujos que estaban abandonados desde hace años
en un cajón. Así que después de una jornada de transcribir
números, pasaba a hacer líneas. Y la verdad no hay
una diferencia entre una u otra actividad.
3.
La primera vez que entendí el comentario de mi padre
sobre los muros de la casa, lo hice desde la perspectiva
de la arquitectura moderna. Entendí que venía de su formación
como arquitecto. Y de una cierta lucha en contra
de la arbitrariedad de la forma. Ahí la necesidad le da a
la forma una austeridad que la justifica. Una especie de
respuesta a la premisa de que nada es sin razón.
Para mi sin embargo, esa premisa, que siempre me
pareció, y me lo sigue pareciendo, impecable, era muy
difícil de sostener. Porque a diferencia de mi padre yo
no construyo nada útil. No hago casas. Ni edificios, ni
bodegas, ni centros comerciales. Hago cosas que tienen
mucho más que ver con el obrero que adosa guijarros a
una pared. En últimas hay un grado inevitable de capricho
y arbitrariedad.
4.
Desde hace años guardo una caricatura de Ad Reinhardt.
En la primera viñeta un hombre con traje y
sombrero ve una pintura abstracta y se ríe. Dice, “ja ja
ja, y esto, ¿qué representa?”. En la segunda viñeta, a la
pintura le aparece una boca y le responde “y usted, ¿qué
representa?”. El hombre se va de espaldas.
5.
En una serie de artículos publicados en los años 70, un
antropólogo, Alexander Marshack se dedicó a desentrañar
con evidencia material el momento en el que los
humanos empezaron a hacer imágenes. La evidencia está
en las marcas hechas en huesos. La hipótesis es que esas
marcas responden a un impulso irracional, sin ningún
propósito. Pero en algún momento, miradas de cierta
manera, bajo cierta luz, las marcas caprichosas pudieron
parecerse a algo. Al perfil de un animal, por ejemplo. Y
en ese momento los humanos cruzan un umbral. Lo interesante
es que resulta imposible determinar con certeza
cuando una marca dice “realmente” algo y cuando es
nada.